Beatriz Irrizarry Gautier puede alumbrar su espacio con una gran sonrisa, pero muchas veces viste una cara que aparenta pensativa. Tal vez la vida de maestra, madre y creadora la mantienen constantemente en su cabeza. Pero tras hablar con ella unos minutos puedes comprender que se disfruta cada momento y ha aprovechado cada minuto de su vida para crear, bailar y ser arte. Con un bachillerato en Historia del Arte, pasión por trabajar con la tierra y hasta crear obras con madera vieja y resina, Beatriz está llena de sorpresas. Conversé con Beatriz unos minutos sobre la presencia de la improvisación, tanto en su carrera como bailarina, como en su vida.
¿Cuál fue tu primer contacto con la improvisación, si te acuerdas?
Sí, me acuerdo. Te voy a decir de dos. Yo cogía los verano con Ballet Concierto, ahora no recuerdo exactamente quien era, pero era un maestro que daba pantomima. Él fue la primera persona que nos habló de la improvisación. Yo era una niña, tendría 9 o 10 años. Después cuando tenía como 14 años me quité del ballet y empecé a bailar con Waldo González. Waldo me acogió de una manera muy bonita, casi paternal, y fue él con quien primero bailé jazz y danza moderna, en sus clases también improvizábamos.
Y, ¿cómo era tu relación de primera instancia con la improvisación? ¿cómo se sentía?
Me sentí súper cómoda. A parte de que creo que en una de esas clases estaba Olaya, cogiendo la clase para calentar y Olaya era la maestra a la que yo miraba con ojos de, ‘eres una diosa’. Olaya me miró y me dijo, ‘que bella, te veías así, tan cómoda’. Y yo pensé, ésto es lo que yo voy a hacer entonces. (se ríe)
¿Tienes personas que te inspiren o sirvan de ejemplo para exploración improvisatorias?
Aquí, en Puerto Rico, en cuanto a improvisar o como llegar a ese punto de cómo uno se siente cómodo... Voy a hablarte de Petra.
Petra mi maestra, yo estuve trabajando con ella como 10 años. La considero mi mamá, dentro de la danza. Era... como usar todo eso que mi cuerpo llevaba adquiriendo dentro de tanto tiempo, como eso que componía todo lo que yo era como bailarina y como usarlo cómodamente, como hacerlo que fuera real, como encontrarme yo dentro del movimiento. Así que, Petra me enseño eso mismo, como dirigir a un grupo y a mi misma y que todos se sientan ellos y se vayan a ver bien en escena. Admiro mucho sus procesos de creación y cómo dirige ejercicios de improvisación.
Entonces, con Petra empecé a trabajar con mis amigas del alma: Jeanne D’arc y Kiani. Tengo que decir que me siento honrada de conocerlas y crecer con ellas, ambas son gran fuentes de inspiración para mí siempre. Nosotras nos hicimos un tatuaje juntas de chamacas, decidimos que íbamos a seguir en el camino de la danza. Tengo ese compromiso con ellas y con la gente que está aquí.
Siempre he seguido muy de cerca los proyectos de Sasha Waltz. Me gusta mucho la arquitectura y de ese interés, admiro donde ella escoge hacer sus piezas. Me gustan esas relaciones. Como coreógrafos logran llegar a esas imágenes de cosas que se unen aunque no tienen nada que ver y entonces sí. Por lo cual los proyectos de Sasha Waltz me inspiran.
Eres parte del colectivo La Trinchera, ¿cuán presente está la improvisación en sus trabajos?
Completamente presente. Desde la improvisación de movimiento hasta ese surgir de ideas que se da desde las imágenes que se dan a través de la improvisación. En los entes que son cada una de ellas improvisando. Por ejemplo, como Cristina se mueve. Estoy acostumbrada a verla improvisar y creo que ese ella que es ella moviéndose después me inspira a crear, al igual Marili.
Entonces, es como si uno conociera a una persona más allá de uno estar aquí sentado. Tú sabes como se mueve esa persona y a dónde puede llegar moviéndose y creo que de ahí se dan esas posibilidades de colaborar. De conocernos improvisando.
¿Cómo tú crees que tú entendimiento del cuerpo te relaciona con otros cuerpos?
Yo llegué a la universidad después de haberme lastimado. Yo estuve como seis meses sin caminar. Me lastimé dos ligamentos. Yo estuve todo mi primer semestre en muletas y me deprimí bien brutal. Yo pesaba 100 libras. Yo que mido 5’ 7”, básicamente me estaba muriendo. Ya yo sabía del trabajo de Petra y estudié Historia del Arte, pero entré por Antropología. Y creo que desde ese momento de yo no poderme mover, tenía bien claro que lo que yo quería hacer en la universidad era moverme. Así que yo iba y me asomaba por la ventana de la clase. Incluso, tenía otras amigas que bailaban. Creo que rápido a la que me mejoré un poquito sabía que eso era lo que iba a hacer.
Estando en Historia del Arte, yo era parte de Bellas Artes y de Humanidades. Rápido conoci a muchos en el mundo de Las Bellas Artes. Amigos artistas que todavía tengo porque nos hemos quedado colaborando, yo me convertí, entre ellos, en ‘la bailarina’. Cuando ellos querían usar un cuerpo, usaban mi cuerpo. Tambien entre algunos amigos teniamos un tripeo de que me iba detrás de la gente imitándolos a cómo se movían, sin que la persona se diera cuenta. Todo el mundo camina tan diferente. Por ese tripeo también conocí a otro grupo de personas incluyendo a Pedro Iván que ahora es de “Y No Había Luz”.
De pronto, me empezaron a conocer porque yo era la que me movía. Muchos de mis primeros trabajos fueron colaborando con artistas plásticos. Sus proyectos a través de mi cuerpo. Eso me hizo entender donde estaba mi cuerpo como si fuera una cosa más allá, casi extrapolar. Esta soy yo y quien yo puedo ser, pero quien yo puedo ser tiene todas estas gamas de posibilidades porque puedo entrar en todos estos discursos. Sean míos o no míos, sean políticos o sexuales. Y era por como mi cuerpo se podía mover a través de su propuesta.
Hablando de que te reconocieran como bailarina, ¿cuán importante crees que es esa identidad como bailarina y movedora?
Eso es un dilema porque veo la danza y el movimiento como una posibilidad que mi cuerpo siempre ha tenido, tiene y seguirá teniendo. Definitivamente no de la misma manera. Yo no me muevo ahora como me movía a los 15, pero tampoco como me movía a los 25, y ahora los 35 y que a los 45 me mueva diferente y a los 55 más aún. Y eso es bien loco, pero no lo veo como una posibilidad.
Para mi esa es mi identidad. Yo más allá de una identidad pública o lo que pueda pasar ahora, porque los medios de comunicación te dejan tener esa plataforma que te ayudan a identificarte dentro de la sociedad. Cualquier persona puede entrar a mi Instagram, darle scroll, aunque sean 20 fotos lo que tengo, y pensar, esa nena o hace algo raro, o pueden tener esa idea de quien yo me creo.
Más allá de eso, yo nunca me he planteado a mi misma no tener esa posibilidad de no poder expresarme con mi cuerpo. Nunca ha pasado. Incluso, cuando estuve embarazada. En la danza, todo el mundo siempre está cuestionando eso, que tan efímera es. Como si tu cuerpo solo va a estar en ese estado solamente a los veinte.
Si te preñaste, jamás vas a volver a bailar, dicen. Yo nunca lo vi así. Yo bailé intensamente como hasta los ocho meses y volví a bailar cuando Camila tenía como tres meses de nacida. Dejé de bailar ballet pero no dejé de bailar por completo.
Pero yo siempre sentí que el ballet hace algo en mi que me hace calentar, por ejemplo. Porque es algo que mi cuerpo reconoce, ya está engranado que esto se hace antes de bailar. Igual que el yoga, de pronto se ha convertido algo que hago. Yo antes de calentar para una función hago un poco de yoga, hago ballet, improviso. Hay lenguajes que ya están incorporados en el cuerpo.
¿Te encuentras frecuentando algunos temas para dialogar o explorar con tu cuerpo?
Sí. Dentro de los temas que llevo trabajando ya hace unos años es la vejez. Tiene un poco que ver con la pregunta anterior. Quizás viendo a Petra, como ella daba la clase, como se movía. Estaba lastimada de la cadera, expresaba dolor al moverse. Para mi todo lo que ella hacía, sus ademanes, su caminar, para mi eran movimiento, eran su danza, su identidad. Me recuerdo que eso siempre me llamó mucho la atención y pensaba que me encantaría ver esta mujer en escena haciendo eso.
Por eso te digo, yo pienso que yo voy a bailar forever. Para mí mover el dedito, si eso es lo que puedo mover, lo voy a hacer con mucha intención. La vejez es un tema que llevo trabajando mucho. La vejez y la enfermedad por alguna razón. Yo me crié con mi abuela muy presente. Ella tiene esclerosis múltiple. Le dan movimiento espásticos, su pierna de pronto twitches. Ese tipo de cosa siempre me han fascinado. La idea de que aunque, tú no estás pensando en eso y te estás moviendo. Creo que uso mucho esa figura de mi abuela que es encorvadita, twitchy es algo a lo que recurro como lenguaje físico. Las cosas que yo siempre pensé rara en mí, por ejemplo, para ser una bailarina de ballet yo era quizás muy alta, o tomboy y no llegaba a entender movimientos bien delicados. Son cualidades que siempre me parecieron interesantes. Yo no quiero repetir ese ballet por vez ochocientas. A mi me gustaría ver esa mujer que tiene esas posibilidades y gira con cojones, y si está girando bien brutal y se tira al piso. Siempre pensé en esas otras posibilidades. Esas cosas raras de quien yo era como bailarina clásica, y hasta bailando jazz con Waldo, siempre me gustaron.
Cuéntame de un momento clave dentro de tú carrera que te reafirmó como bailarina.
Mudarme. Yo me mudé a los 19 a Nueva York. Fue una decisión que tomé porque iba a coger un taller de fin de semana pero Yaraní, la hermana de Kiani, me dijo, quédate en Nueva York y eso se me quedó. Entonces, yo tenía este dinero para el taller, este dinero me podría servir para conseguirme un lugar en donde vivir. Si yo consigo un trabajo este fin de semana, aquí me quedo, pensé. Imprimí un montón de resumes que decían que llevaba dando clases de ballet no se cuanto tiempo y que era bailarina. Yo no había trabajado en más nada. No había terminado mi bachillerato. Creo que había vendido relojes alguna vez en JCPenney. Mi resumé no tenía nada.
Me fui por las calles repartiendo resumes. Conseguí un trabajo super cabrón, era la asistente de maquillista de una artista que se llama Linda Mason. Una maquillista muy buena, pero yo no la conocía en ese momento. Ella vió que como tenía bagaje en danza, las bailarinas siempre se maquillan y lo vió como un asset. Pensó, esta niña sabe maquillar y me contrató.
Me encantó el trabajo, ella trabajaba más para moda. Empecé a tener esa comodidad y de pronto, este standing, dentro del mundo del arte y de la moda en Nueva York, llevando solo dos semanas. Sentía que podía hacer todo lo que yo quisiera.
De ahí, fui a las audiciones del Fall Program de Cunningham. Merce Cunningham todavía estaba vivo. Luego de esas audiciones habían unas para Work Study, y me metí en esas audiciones tambien. En esas, estaba Merce Cunningham, en su silla de ruedas con su enfermera. Sabrás que yo fui tirarme a sus pies, diciendo, ‘I can’t believe I’m here’.
Y nada, me cogieron en el programa. Limpiaba espejos, sacaba la basura y ayudaba en la recepción, mientras bailaba.
¿Ha cambiado tú acercamiento a la danza luego de convertirte madre?
Definitivamente. Estar preñá, es un momento de tanta cercanía con tu cuerpo, que ese conocimiento no se va. Es una manera de llegar a un entendimiento de tu cuerpo celular. El dolor que es el parto. La escala de intensidad a la que tu cuerpo puede llegar a ser un animal. Porque somos animales, pero nos damos cuenta en esos momentos que gritamos porque nos sale del vientre. Esas intensidades después se te quedan.
Cuando empecé a bailar de nuevo me acuerdo que habían partes de mi cuerpo que no podía acceder porque sentía un vacío, mi cuerpo se estaba reestructurando. A pesar de eso y de sentir unas cosas de musculatura que sí eran diferentes, por ejemplo la espalda por aguantar el peso al frente, perdió la flexibilidad. A mi se me salió la cadera de sitio con el parto y no me di cuenta hasta meses después porque como estaba tan intensamente tratando de volver a bailar. Mi cuerpo sufrió, pero ese sufrir fue puro conocimiento de cómo soy y como me muevo.